lunes, 20 de agosto de 2018

Federico García Lorca: Discurso de inauguración de la Biblioteca de Fuente Vaqueros, 1931



Medio Pan y un Libro.

Discurso de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.



“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.



Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.



No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.



Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?



¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.



Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

jueves, 2 de noviembre de 2017

"Cecilia", del libro "Las Ciudades Invisibles", Italo Calvino


«Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando cada vez es más difícil vivirlas como ciudades» Italo Calvino


Publicado en 1972, es un libro que difícilmente se puede encuadrar. Novela, Libro de cuentos, Libro de Viajes, Libro de Consejos al estilo medieval... En cualquier caso, un libro extraordinario sobre ciudades fantásticas que hace reflexionar sobre las ciudades que hemos construido, sobre la vida urbana que llevamos....que mal llevamos. Uno de los cuentos que más me gusta es “Cecilia”, una de las ciudades donde aparecen expresamente las personas, aunque en todos los relatos, en todas las ciudades, las personas son la causa y la consecuencia de aquellas.

Cecilia, al igual que todos y cada uno de los relatos, tiene mil y una interpretaciones, y eso es lo que realmente buscaba el escritor, muy interesado en que fuera el propio lector el constructor del relato. Pero en "Cecilia" se nos muestra con claridad la insatisfacción del hombre con su propia creación urbana. Lo hace mediante la paradójica situación en la que los personajes no pueden salir nunca de la misma ciudad. Nos presenta a una persona del mundo rural y a otra del mundo urbano en una ciudad que, tanto se ha extendido progresivamente a lo largo del tiempo que ha terminado por abarcar todo el campo. En la urbe, los dos mundos están confusos, mezclados, sin límites claros entre ellos. El campo ha entrado en la ciudad y la ciudad en el campo, y aquélla conserva ambientes de este como recuerdos de otros tiempos. Sin embargo la mezcla no ha resultado satisfactoria; las dos personas están perdidas, desorientadas y perplejas por no saber realmente cuál es su lugar, por no poder salir a ningún otro sitio. La ciudad es el todo y quienes la habitan no se pueden sentir a gusto con esta forma de vida, tan uniforme, tan exactamente igual en todas partes, tan pobre en alimento, tan rica en recuerdos.

Este es el texto completo:

CECILIA


Me recriminas porque cada relato mío te transporta justo en medio de una ciudad sin hablarte del espacio que se extiende entre una ciudad y la otra: si lo cubren mares, campos de centeno, bosques de alerces, pantanos. Te contestaré con un cuento.En las calles de Cecilia, ciudad ilustre, encontré una vez a un cabrero que empujaba rozando las paredes un rebaño tintineante.
Hombre bendecido por el cielo —se detuvo a preguntarme—, ¿sabes decirme el nombre de la ciudad donde nos encontramos?
¡Que los dioses te acompañen! —exclamé—. ¿Cómo puedes no reconocer la muy ilustre ciudad de Cecilia?
Compadéceme —repuso—, soy un pastor trashumante. Nos toca a veces a mí y a las cabras atravesar ciudades; pero no sabemos distinguirlas. Pregúntame el nombre de los pastizales: los conozco todos, el Prado entre las Rocas, la Cuesta Verde, la Hierba a la Sombra. Las ciudades para mí no tienen nombre; son lugares sin hojas que separan un pastizal de otro, y donde las cabras se espantan de los cruces y se desbandan. Yo y el perro corremos para mantener junto el rebaño.
Al contrario que tú —afirmé—, yo reconozco sólo las ciudades y no distingo lo que está afuera. En los lugares deshabitados toda piedra y toda hierba se confunde a mis ojos con toda piedra y hierba.
Muchos años pasaron desde entonces; he conocido muchas ciudades más y he recorrido continentes. Un día caminaba entre ángulos de casas todos iguales: me había perdido. Pregunté a un transeúnte:
Que los inmortales te protejan, ¿sabes decirme dónde nos encontramos?
¡En Cecilia, y así no fuera! —me respondió—. Hace tanto que caminamos por sus calles, yo y las cabras, y no conseguimos salir…
Lo reconocí, a pesar de la larga barba blanca: era el pastor de aquella vez. Lo seguían unas pocas cabras peladas, que ya ni siquiera hedían, tan reducidas estaban a la piel y los huesos. Mascaban papeles sucios en los cubos de desperdicios.
¡No puede ser! —grité—. También yo, no sé cuándo, entré en una ciudad y desde entonces sigo metido en sus calles. ¿Pero cómo he hecho para llegar donde tú dices, si me encontraba en otra ciudad, alejadísima de Cecilia, y todavía no he salido de ella?
Los lugares se han mezclado —dijo el cabrero—, Cecilia está en todas partes; aquí en un tiempo ha de haberse encontrado el Prado de la Salvia Baja. Mis cabras reconocen las hierbas de la plazoleta.

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viernes, 20 de octubre de 2017

"Nacionalismo" Rabindranath Tagore

       Quizás podamos aprender algo de las palabras de Tagore para volver a poner cordura a nuestros propios nacionalismos y banderas tan soliviantados.
Este libro fue escrito por Tagore en el tiempo de la Primera Guerra Mundial y en plena expansión del imperialismo japonés. Dejó aquí algunos fragmentos que me parecen muy interesantes.

    “La ley moral, el mayor descubrimiento del hombre, pregona esta maravillosa verdad: que los hombres son tanto más hombres cuanto más se dan a los demás. Se trata de una verdad que no tiene valor meramente subjetivo porque está presente en todas las facetas de nuestra existencia. Las naciones que fomentan la ceguera moral bajo la forma de culto al patriotismo acabarán sus días de forma súbita y violenta...... Hemos de reconocer que Occidente posee un espíritu vivo en lucha en las sombras contra esas inmensas organizaciones que aplastan a hombres, mujeres y niños y cuyas necesidades mecánicas violan las leyes espirituales y humanas.....El día en que esta organización de la política y el comercio denominada Nación se vuelva todopoderosa a expensas de la armonía de una vida social superior será un día funesto para la humanidad....”
     “....Acabo de volver del Japón, donde he exhortado a esa joven Nación a optar por los ideales superiores de la humanidad y a no seguir jamás los pasos de Occidente adoptando como religión ese egoismo organizado que es el Nacionalismo. Les rogué que no se regodearan jamás en la debilidad de sus vecinos, que no carecieran nunca de escrúpulos hacia los débiles, con los que podrían ser mezquinos impunemente, y que pusieran la mejilla derecha de una humanidad más esperanzadora para recibir el beso de la admiración de quienes tienen la capacidad de abofetearla. Algunos de sus periódicos alabaron mis palabras por sus cualidades poéticas, sin dejar de añadir con sorna que se trataba de la poesía de un pueblo vencido.Pensé que tenían razón. Japón ha aprendido en una escuela moderna la lección <cómo hacerse poderoso>. …...
      “...No debemos olvidar que estar organizaciones científicas que se extienden en todas direcciones fortalecen nuestro poder, pero no nuestra humanidad....La idea de la Nación es una de las drogas más potentes inventadas por el hombre. Bajo sus efectos, el pueblo entero puede poner en práctica su programa sistemático de egoísmo virulento sin tener la menor conciencia de la perversión moral que entraña; es más, si se le indica que es así, puede volverse peligrosamente rencoroso. Ahora bien, ¡se puede seguir así indefinidamente, esterilizando gran parte de nuestra naturaleza viva hasta llevarnos a la insensibilidad moral?....
      “...Se ha levantado el velo, y en esta espantosa guerra Occidente se ha enfrentado cara a cara a su propia creación, a laque había sacrificado su alma....”


Nacionalismo, Rabindranath Tagore (1920)

jueves, 24 de agosto de 2017

Dos fragmentos de "Sueño de una noche de verano", de William Shakespeare

HIPÓLITA La historia de estos amantes, Teseo, es asombrosa.
TESEO Más asombrosa que cierta. Yo nunca he creído en historias de hadas ni en cuentos quiméricos. Amantes y locos tienen mente tan febril y fantasía tan creadora que conciben mucho más de lo que entiende la razón. El lunático, el amante y el poeta están hechos por entero de imaginación. El loco ve más diablos de los que llenan el infierno. El amante, igual de alienado, ve la belleza de Helena en la cara de una zíngara. El ojo del poeta, en divino frenesí, mira del cielo a la tierra, de la tierra al cielo y, mientras su imaginación va dando cuerpo a objetos desconocidos, su pluma los convierte en formas y da a la nada impalpable un nombre y un espacio de existencia. La viva imaginación actúa de tal suerte que, si llega a concebir alguna dicha, cree en un inspirador para esa dicha; o, de noche, si imagina algo espantoso, es fácil que tome arbusto por oso.
HIPÓLITA Mas los sucesos de la noche así contados y sus almas a la vez transfiguradas atestiguan algo más que fantasías y componen un todo consistente, por extraño y asombroso que parezca.
(Cartel de la obra representada en agosto de 2017 en el Teatro Quevedo de Madrid)

HELENA
¡Ah, noche sin fin, noche de fatigas!
Acórtate, y luzca el gozo de Oriente,
que yo vuelva a Atenas sin la compañía
de quienes mi humilde persona aborrecen.
Y el sueño, que a veces duerme nuestras penas,
de mí misma un rato liberarme quiera.

domingo, 7 de mayo de 2017

"Un día tomé entre mis manos.." Rainer Maria Rilke


Un día tomé entre mis manos
tu rostro. Sobre él caía la luna.
El más increíble de los objetos
sumergido bajo el llanto.
Como algo solícito, que existe en silencio,
tenía que durar casi como una cosa.
y con todo nada había en la fría noche
que más infinitamente se me escapara.
Oh, porque desembocamos en estos lugares,
se apresuran hacia la pequeña superficie
todas las ondas de nuestro corazón,
voluptuosidad y desfallecimiento,
y al fin, ¿a quién ofrecemos todo esto?
Ay, al extraño, que nos ha malentendido,
ay, a aquel otro, que nunca hemos encontrado,
a aquellos siervos, que nos han maniatado,
a los vientos de primavera, que se han desvanecido,
ya la quietud, la perdedora.

Rainer María Rilke

Traducción de Jaime Ferrero

" La dama de Shallot" Alfred Tennyson (1809-1892)


                            (La dama de Shallot, pintura de John William Waterhouse,1888)

        La dama de Shallot es un poema del escritor inglés Tennyson publicado en 1833, que está inspirado en las leyendas artúricas. Narra la leyenda de una joven dama llamada Elena que, por maleficios de las fuerzas oscuras, vivía encerrada en una torre de una isla fluvial llamada Shallot, en el río que llegaba más abajo a la ciudad de Camelot. Nadie sabía nada sobre esta dama y nadie la había podido ver. Los labradores de los alrededores, mientras realizaban sus labores, podían oír un hermoso canto procedente de la torre, y creían que era el canto de un hada. Estaba condenada a tejer día y noche, sin poder contemplar el exterior, y menos aún Camelot desde la ventana, pues, si lo hiciera, había sido advertida de que moriría. Tenía un espejo y debía conformarse con ver el exterior a través del mismo. Un día, al mirar el espejo, vio acercarse al caballero Lancelot, e inmediatamente se enamoró de su elegante figura. Sin poder evitarlo, se volvió, miró de directamente por la ventana y vio Camelot.  En ese momento se cumplió la maldición: el espejo se rompió en mil pedazos, un viento fuerte entró por la ventana y tiró por los suelos todas las telas y utensilios de la habitación. Sabiendo que su vida estaba a punto de acabar, la dama salió de la torre, subió a una barca, y se dejó llevar corriente abajo, hacia Camelot. Mientras cantaba una canción, la más triste de todas sus canciones, la sangre se le fue helando, la vida apagando, y en la barca, contemplando cerca ya las murallas de Camelot, murió.

El poema de Tennyson  narra así la leyenda:

I parte

A ambos lados del río se despliegan
anchos campos de cebada y centeno,
que decoran la tierra y se reúnen con el cielo;
y a través del campo se extiende el camino
que va hacia las torres de Camelot;
y la gente va y viene,
contemplando el lugar donde se balancean los lirios
alrededor de la isla de allí abajo,
la isla de Shallot.

Los sauces palidecen, tiemblan los álamos,
Las leves brisas se ensombrecen y tiemblan
en las olas que discurren sin cesar
por el río que rodea la isla
fluyendo hacia Camelot.
Cuatro muros grises y cuatro torres grises,
dominan un lugar rebosante de flores,
y la silenciosa isla aprisiona
a la Dama de Shallot.

Por la orilla, cubiertas por los sauces,
se deslizan las pesadas barcazas
tiradas por lentos caballos; e ignorada
navega la chalupa con revoltosa vela de seda
rasurando las aguas hacia Camelot:
pero, ¿Quién la ha visto agitando su mano?
¿O asomada en el marco de la ventana?
¿Acaso es conocida en todo el reino
la Dama de Shallot?

Sólo los segadores, segando temprano
entre la espesura de cebada,
escuchan un canto que resuena vivamente
desde el río transparente que serpea,
hacia las torres de Camelot:
Y a la luz de la luna, el cansado segador,
apilando los fajos en aireadas mesetas,
al escucharla, murmura: “Es el hada
Dama de Shallot”.

II parte

Allí, noche y día, teje
un mágico lienzo de alegres colores.
Ha oído un susurro advirtiéndole
que una maldición caerá sobre ella
si mira hacia Camelot.
Desconoce el tipo de que maldición es,
y debido a ello teje sin parar,
sin preocuparse de nada más,
la Dama de Shallot.
Y moviéndose a través de un cristalino espejo
colgado todo el año ante ella,
aparecen las tinieblas del mundo.
Ve la cercana calzada
discurriendo hacia Camelot:
ve los arremolinados torbellinos del río,
los rudos patanes pueblerinos,
y las capas rojas de las muchachas,
provinientes de Shallot.

A veces, un grupo de alegres damiselas,
un abad deambulando,
a veces, un pastorcillo con bucles en el pelo ,
o un paje con melena y vestido carmesí,
van hacia las torres de Camelot;
Y a veces, a través del azul espejo
los caballeros vienen cabalgando en pares:
No tiene un caballero leal y franco,
la Dama de Shallot.
Pero aún gozando en tejer
en su lienzo las visiones del mágico espejo,
-cuando a menudo en las noches silenciosas
un funeral, con velas, penachos
y música, se dirigía hacia Camelot;
o cuando la luna estaba en lo alto,
y llegaban dos amantes recién casados-
“Cansada estoy de las sombras”,
dijo la Dama de Shallot.

III parte

A tiro de arco de su alero,
cabalgaba entre los fajos de cebada,
el sol resplandecía por entre las hojas,
y llameó en las grebas de bronce
del intrépido Lanzarote.
Un cruzado de rodillas para siempre
ante una dama en su escudo,
que resplandecía entre los dorados campos, cercanos a la remota
Shallot.

Las engarzadas bridas brillaban libres,
como las ramificaciones estelares que vemos
suspendidas en la áurea Galaxia.
Alegres resonaban los cascabeles
mientras él cabalgaba hacia Camelot:
y de su ostentoso tahalí colgaba
un poderoso clarín de plata,
y al galope su armadura repicaba,
cerca de la remota Shallot.
Bajo el azul del despejado día
brillaba la lujosa montura de cuero,
el yelmo junto con su pluma
ardían juntos en una única llama,
mientras él cabalgaba hacia Camelot.
Como suele suceder en la purpúrea noche,
bajo radiantes constelaciones,
algunos meteoros, trayendo una estela de luz gravitan sobre la
apacible Shallot.
Su frente clara y amplia resplandecía al sol;
con cascos bruñidos pisaba su caballo;
bajo el yelmo flotaban sus rizos
negros como el carbón mientras cabalgaba,
mientras cabalgaba hacia Camelot.
Desde la orilla y el río
Brilló en el cristalino espejo,
“Tirra lirra”, por el río
cantaba Sir Lancelot.

Ella dejó el lienzo, dejó el telar,
dio tres pasos por la habitación,
vio florecer el lirio en el agua,
vio la pluma y el yelmo,
y miró hacia Camelot.
La tela salió volando y ondeó en el vacío;
El espejo se quebró de lado a lado;
“la maldición cae sobre mí”, gritó
la Dama de Shallot.

IV parte

Tensos, bajo el tormentoso viento del este,
los dorados bosques empalidecían,
la corriente gemía en la ribera,
el cielo encapotado llovía fuertemente
sobre las torres de Camelot;
Ella descendió y halló una barca
flotando junto al tronco de un sauce,
y alrededor de la proa escribió
“La Dama de Shallot”.

Y en la oscura extensión río abajo
-como un audaz vidente en trance,
contemplando su infortunio-
con turbado semblante
miró hacia Camelot.
Y al final del día
la amarra soltó, dejándose llevar;
la corriente lejos arrastró
a la Dama de Shallot.

Yaciendo, vestida con níveas telas
ondeando sueltas a los lados
-cayendo sobre ella las ligeras hojas-
a través de los susurros nocturnos
navegó río abajo hacia Camelot:
Y yendo su proa a la deriva
entre campos y colinas de sauces,
oyeron cantar su última canción,
a la Dama de Shallot.
Escucharon una tuna, lastimera, implorante,
tanto en voz alta voz como en voz baja,
hasta que su sangre se fue helando lentamente,
y sus ojos se oscurecieron por completo,
vueltos hacia las torres de Camelot;
Y es que antes de que fuera llevada por la corriente
hacia la primera casa junto a la orilla,
murió cantando su canción,
la Dama de Shallot.
Bajo torres y balcones,
por muros de jardín y tribunas,
con brillante esbeltez pasó flotando,
entre las casas, pálida como la muerte
y silenciosa por Camelot.
A los muelles acudieron,
caballeros y burgueses, damas y lores,
y en torno a la proa su nombre leyeron,
La Dama de Shallot.
¿Quién es? ¿Y qué hace aquí?
Y junto al iluminado palacio,
cesaron los sones de vitoreo real;
y temerosos se persignaron
todos los caballeros de Camelot:
Pero Lancelot se quedó pensativo;
dijo, “Tiene un rostro hermoso;
Dios, en su bondad, la llenó de gracia,
a la Dama de Shallot”.